
“La cuestión es simple pero importante: desde los orígenes de la cultura Occidental hay una separación radical- real, cultural e imaginaria- entre las mujeres y el poder.” Mary Beard.
El mito de las Amazonas se ha utilizado muchas veces como un símbolo feminista. Mujeres embriagadas con la idea de que una sociedad regida solo por féminas pudiera haber existido alguna vez. O una historia que simboliza la lucha y poder femenino frente al patriarcado.
Pero la cruda realidad es otra.
Numerosas veces al analizar la historia cometemos el error de no situarnos en el contexto de la época, o de pasarlo por alto, e interpretamos los datos desde una perspectiva cultural actual, lo que nos lleva a tener una visión sesgada o no del todo acertada de lo que observamos.
Antes de analizar el mito de las Amazonas en sí, y para lograr entenderlo en su contexto, voy a mostrar, con un par de ejemplos, cómo funcionaba la lógica de la antigüedad clásica cuando se trata del binomio mujer y poder. Espero explicarme bien porque es algo complicado.
Pero aún antes, voy a tratar de explicar de forma normativa, y muy breve, lo que significaba ser mujer en la antigua Grecia, ya que resulta necesario para comprender del todo el significado del mito de las Amazonas.
Para empezar, una apreciación básica y fundamental es que los hombres ejercían la hegemonía sobre la esfera pública de la vida y las mujeres se situaban en la esfera privada. Por tanto, no había cabida para las mujeres dentro de la esfera pública, esto es, la oratoria, la política, el poder, la guerra, etc. Al mismo tiempo, dentro de la esfera privada, la misión más importante para una mujer era concebir hijos. Punto. Esta dicotomía público/hombre-privado/mujer a veces se salvaba con la figura de los híbridos [O MÁS BIEN DE LAS HÍBRIDAS, PUES ESTOS CASOS SOLO SE DABAN EN MUJERES]. Esto es, cuando una mujer intentaba hacerse un hueco en la esfera pública, muy a menudo se la representa como a un híbrido, dicho de otra manera, nunca se la iba a considerar una mujer por definición [YA SABÉIS, HIJOS Y TODO ESO]. El caso de estas extrañas híbridas andróginas es un recurso bastante frecuente tanto en la mitología griega como en la literatura clásica.

Por poner un ejemplo que ilustre un poco más esto que acabo de comentar, está el caso, entre otros muchos [COMENTO VARIOS EJEMPLOS EN EL SILENCIO DE LAS MUJERES], de la Diosa Atenea.
En el caso de los dioses y diosas de la antigua Grecia, nuestra cultura Occidental actual sitúa a Atenea en el lado de las diosas. Sin embargo, en el contexto antiguo, Atenea es uno de estos complicados híbridos. En sentido griego, Atenea no es una mujer [¡BUM!]. Para empezar, Atenea vestía como un guerrero, cuando la guerra y la lucha se consideraba un trabajo de hombres y, para terminar, Atenea era virgen, cuando la razón de ser de las mujeres en la antigua Grecia era dar a luz a nuevos ciudadanos. Para rematar, ella misma no nació de una madre, sino directamente de la cabeza de su padre, Zeus, en forma de adulta con la armadura puesta y todo [JAJAJA ¡ASÍ DA GUSTO!].
Pues bien, dicho esto, comienzo con los dos ejemplos prometidos sobre el binomio poder y mujer en la Antigüedad.
El Agamenón de Esquilo, uno de los primeros dramas griegos que han sobrevivido y que fue representado por primera vez en el año 458 a.C., cuenta con una antiheroína, Clitemnestra. En la obra, Clitemnestra se convierte en una gran gobernante de su ciudad mientras su marido se encontraba fuera luchando en la guerra de Troya. Lo interesante es que en el proceso en el que ella se transforma en tan efectiva líder, poco a poco deja de ser mujer. Esquilo continuamente utiliza términos y lenguaje masculinos para referirse a ella y la describe como una persona que piensa como un hombre [HÍBRIDO AL CANTO]. Cuando Agamenón vuelve de la guerra de Troya, Clitemnestra reclama su poder y acaba asesinándole en la bañera, una manera muy destructiva de hacernos ver que su poder era ilegítimo. Finalmente, el orden patriarcal se restaura cuando el hijo de Clitemnestra conspira para asesinarla [Y COMIERON PERDICES].

Otro caso es el de Antígona. En la mitología griega, Antígona es hija de Edipo y Yocasta, y hermana de Ismene, Eteocles, y Polinices. Debido a una maldición que Edipo lanzó sobre sus dos hijos varones, Eteocles y Polinicles, éstos tendrían que turnarse el trono de la ciudad de Tebas cada cierto tiempo. Sin embargo, se inicia una guerra entre ellos que acaba con la muerte de ambos. Se convierte entonces en el rey de Tebas un tal Creonte, que decide no dar un enterramiento digno a Polinicles por considerarle un traidor. Pero Antígona, hermana de Polinicles, decide desafiar las órdenes de Creonte y dar enterramiento a su hermano. Esta desobediencia conduce a Antígona a su propia muerte [ESTABA CLARO]. Creonte condena a Antígona a ser enterrada viva y ella evita este fatal desenlace suicidándose.
El mensaje en ambos casos es simple y claro: desafiar al poder legítimo, el del hombre, igual a muerte.
Según Mary Beard [NO HACE FALTA QUE OS LA PRESENTE, ¿NO?], hay una lógica similar en las historias de la raza mítica de las Amazonas, las cuales, según los escritores griegos, habitaban en las fronteras del norte del mundo de la antigua Grecia. Representaban a unas mujeres violentas y militarizadas que suponían una amenaza para Grecia y, por tanto, para los propios hombres griegos.
El quid de la cuestión está en que las Amazonas es un mito griego masculino. Las amazonas siempre aparecen representadas en enfrentamientos con los griegos, en las llamadas amazonomaquias, y el resultado es que siempre acaban derrotadas. Uno de los mensajes de esta historia es que una buena Amazona es la que está muerta o aquella que puede “domarse en la cama”. Mary Beard asegura que las Amazonas solo existían para ser aniquiladas por los hombres y el mensaje básico era que la tarea de los hombres es salvar a la civilización del gobierno de las mujeres. Por otro lado, los atributos más laureados de las Amazonas eran los que habitualmente se asociaban al género masculino, encontrándonos con otro caso de híbrido andrógino.

No sólo nos encontramos con que este mito no es feminista, sino que es misógino. Mary Beard cuenta que las Amazonas, Clitemnestra o Antígona no representaban un modelo a seguir, muy lejos de eso. Para la mayoría, eran retratadas como abusadoras más que usuarias del poder. Ellas ostentaban el poder de manera ilegítima, de un modo que lleva al caos, a la fractura del Estado, a la muerte y a la destrucción. Ellas eran monstruosos híbridos y no eran, en sentido griego, mujeres en ningún caso. Y que la lógica inquebrantable de su existencia es que debían perder el poder y ser puestas de vuelta en su lugar. De hecho, en los mitos griegos, las mujeres generan tal incuestionable desastre cuando ostentan el poder, que justifica tanto su exclusión del mismo en la vida real como el gobierno solo ejercido por hombres.
Las Amazonas es sólo uno de los axiomas culturales de la antigua Grecia. En las metopas que aún se conservan del Partenón, se muestran escenas de diferentes batallas mitológicas: en el lado norte, Griegos versus Troyanos; en el lado occidental, Griegos versus Amazonas; en el este, Dioses versus Gigantes [QUIENES UNA VEZ AMENAZARON CON USURPAR EL PODER DEL MONTE OLIMPO]; y Griegos versus centauros. En muchos sentidos, este es el repertorio estándar de las esculturas de los templos de la antigua Grecia y, para el caso concreto del Partenón, representa el triunfo de la ciudad de Atenas. Estos mitos representan los axiomas culturales más poderosos del siglo V a.C. ateniense: hombres derrotando a mujeres (ya comentado), griegos conquistando a extranjeros, dioses triunfando sobre sus enemigos y la civilización prevaleciendo sobre la monstruosidad.
A pesar de todo, hay algún ejemplo ocasional dentro del mundo clásico que muestra una versión más positiva del poder femenino. Es el caso de Lisístrata, la comedia de Aristófanes [CRACK]. Escrita a finales del siglo V a.C., cuenta la historia de una huelga de sexo en la Atenas de la época. Bajo el liderazgo de Lisístrata, las mujeres tratan de forzar a sus maridos de terminar la larga guerra con Esparta rechazando acostarse con ellos hasta que no pongan fin al conflicto. Entonces, durante gran parte de la obra, los personajes masculinos van por ahí con unas erecciones descomunales [JAJAJAJA AY, NO PUEDO EVITARLO] hasta que ya no lo pueden aguantar más y se rinden a las demandas de las mujeres, llegando a un acuerdo de paz con Esparta. Como dice Mary Beard “the finest girl power”. A simple vista parece la obra parece un triunfo del poder femenino, ¿no?
Pero [¡¿CÓÓÓÓMO?! ¡¿TAMBIÉN LISÍSTRATA TIENE UN “PERO”?! ¿PERO CÓMO PUEDE TENER ESTO UN “PERO”?], si se rasca en la superficie y se vuelve al contexto del siglo V a.C., Lisístrata resulta ser muy diferente. Ya no solo es que los actores y la audiencia de la Atenas de la época solo fueran hombres, sino que los personajes femeninos seguramente eran representados por “mujeres” de pantomima. Y no solo es la presencia de sexo lo que hace reír en Lisístrata, también está el antagonismo entre hombres y mujeres y la perplejidad de éstos ante la decidida acción de las mujeres, quienes en la vida real mantenían una actitud muy distante de la de las protagonistas de la obra. Porque las mujeres de la Hélade no tenían ni la más remota posibilidad de comportarse como Lisístrata y en esa disparatada diferencia reside realmente la base de la comicidad de la obra, una diferencia tan absoluta que invitaba a reír y no a pensar.
Además de todo lo mencionado, se suma el hecho de que al final de la obra, la fantasía del poder femenino queda completamente aplastada. Las dotes de persuasión de Lisísitrata, para el acuerdo de paz, se ven reforzadas por la presencia de Concordia, entidad abstracta representada por una joven “ligerita de ropa” [O MÁS BIEN UN JOVEN QUE REPRESENTABA A UNA JOVEN SEMIDESNUDA], cuya contemplación hace imposible que los negociadores continúen voluntariamente ni un momento más en su penosa situación [JAJAJAJA TOP].
En fin, la verdad es que aquí no encontramos mucho protofeminismo.

Mujeres guerreras, indomables, de las cuales nos llegaron parte de su historia a través de la literatura clásica. Desde Homero y su Ilíada, como en la Eneida de Virgilio o Las Heraclidas de Eurípides, sin contar en la misma mitología griega que se transmitió de forma oral; hasta que al final se decidió recoger todos estos mitos y dejarlos por escritos, y en los cuales nos aparecen estas mujeres escuetamente o individualmente, como es el caso de Hipólita la reina de Las Amazonas a quien Heracles le tenía que quitar el cinturón que llevaba, hecho por Hades, durante su noveno trabajo; o de una forma más exhausta, como las trató Herotodo en su Libro IV.
Una de las fuentes que nos habla de ellas directamente y nos comenta cómo acaban socializando con el resto de la sociedad es Herodoto. En su libro IV hay un pequeño apartado llamado “Historia de la amazonas”. En él, nos indica que los saurómatas son los descendientes de las amazonas y los escitas. La historia, en resumidas cuentas, es la siguiente: tras la guerra librada entre las amazonas y los griegos a orillas del Termodonte, éstos salieron victoriosos y en su marcha raptaron todas las mujeres que pudieron y las subieron a sus naves; lo que no se esperaban era que ellas se rebelaran en alta mar y los tiraran por la borda. El problema estriba que ellas no sabían navegar y se dejan llevar por la marea hasta que atracan en Cremnos. Una vez en tierra firme, tras explorar la zona se apoderan de una manada de caballos y empiezan a saquear, tal y como era su costumbre para sobrevivir. Los escitas, ante esta situción decidieron luchar contra esos atacantes extranjeros de los cuales no comprendían ni su lengua ni sus costumbres, hasta que descubrieron que ellos, en realidad eran ellas, y optaron por cambiar su estrategia. Organizaron un pequeño grupo de jóvenes los cuales tenían que vivir de la misma forma que las amazonas, con sus mismas armas y costumbres. Se asentaron en un campamento cercano al de ellas, y cada vez que eran atacados su orden era reusar el combate cuerpo a cuerpo, y volver a asentarse cuando ellas se fueran. Así, poco a poco, se fueron acercando a ellas, quienes veían que la actitud de esos hombres era pacífica.

Las necesidades sexuales de las amazonas eran satisfechas individualmente o en pareja, hasta que un día, un escita se abalanzó sobre una amazona y ésta en vez de reusar el contacto físico, lo aceptó, es mas, como pudo le indicó que volviera al día siguiente con un compañero puesto que ella haría lo mismo. Y así fue hasta que juntaron ambos campamentos; y de esa forma ellas aprendieron el idioma de ellos, puesto que para los escitas les fue imposible. Una vez juntos, los jóvenes escitas le comentaron que ellos tenían familia, posesiones en un campamento y propusieron a las amazonas el ir con ellos y vivir con la comunidad, a lo que ellas reusaron puesto que sus costumbres eran diversas, pero les propusieron otra cosa, recoger su herencia y asentarse en otro lugar creando así su grupo. Cosa que hicieron tal y como recoge Herodoto “atravesaron el Tanais, avanzando hasta un punto situado a tres días del camino del Tanais en dirección este, y a tres del lago Mayátide en dirección norte.”
Pero, ¿quiénes eran estas mujeres exactamente? No está todavía muy claro su origen, ni si existieron de verdad o sólo formaron parte de una cultura oral griega que intentaba explicar sus propios orígenes a través de narraciones fantásticas que pasaban de boca a boca y generación tras generación, llamada mitología, en la cual se mezclaba la realidad cotidiana con la fantasía. Lo que sí tenemos de ellas son unas narraciones en las cuales se nos hablan de unas mujeres autosuficientes, que vivían en una sociedad matriarcal, lideradas por una reina y en donde la figura del varón estaba relegada a un segundo plano.
Sus orígenes, como ya he dicho nos viene a través de narraciones orales como literarias, así que su localización no es exacta, sino todo lo contrario. Se les han situado cerca del río Danubio, en las llanuras del Cáucaso, en la actual región de Turquía, conocida anteriormente como Asia Menor. Se decían que eran descendientes del dios Ares, el dios griego de la guerra, y de la ninfa Harmonía. Su nombre, según Herodoto que las llama Eórpatas, significa en griego “matadoras de hombres” (eor significa en escita “hombre” y pata “matar”). De ellas se decía que eran unas mujeres guerreras, que sabían utilizar las armas, tanto el arco como la jabalina y eran expertas en las luchas cuerpo a cuerpo. También sabían cabalgar e incluso de fabricaban sus propias armas. La relación que mantenía con el sexo masculino era principalmente sexual. Al no convivir con hombres, y los que habían les eran utilizados como “siervos”, necesitaban procrear con hombres de tribus vecinas. Cada año y durante un período corto del tiempo tenían contacto sexual con éstos buscando el quedarse embarazadas y así perpetuar su pueblo y legado. Un hecho que para nosotros es a la par de cruel y llamativo sobre sus costumbres era el trato que se le daba a su descendencia nada mas nacer puesto que dependiendo del sexo del bebé su futuro sería uno u otro. Si el recién nacido era varón, su final podría ser: se le sacrificaba, se le enviaba con su padre o se le mutilaba para que una vez en edad adulta, fuera servicial. Si en cambio el recién nacido era niña, ésta sería criada como una amazona. Se dice que se les quemaba un seno, el derecho, para poder utilizar mejor el arco y la jabalina.

De todas ellas, quienes suelen aparecer en los relatos son las reinas. En el noveno trabajo que tuvo que realizar Heracles, nos aparece la reina Hipólita; Heracles le tenía que quitar el cinturón que ésta llevaba puesto que al ser un regalo de Ares tenía poderes. Con Teseo nos aparece la figura de la reina Antíope, la cual fue raptada por éste durante una batalla entre las amazonas y los griegos, durante el período de tiempo que Teseo acompañaba a Heracles en sus trabajos. E incluso con el famoso Aquiles aparece la figura de la amazona representada en la reina Pentesilea, la cual tuvo que luchar cuerpo a cuerpo con él durante la Guerra de Troya, y cuando Aquiles le atravesó el pecho con su lanza, se percató que era una bella mujer y automáticamente se enamoró de ella.
Sobre su fin poco se puede decir, como de sus orígenes. Un posible fin podría ser el expuesto por Herodoto al inicio de este artículo, en el cual nos dice que no fueron extinguidas sino que cambiaron su modo de vida al unirse a otro pueblo. No podemos olvidar que al ser una sociedad matriarcal rodeada por grupos patriarcales en numerosas ocasiones se verían expuestas a ataques para someterlas o para eliminar a una posible competencia y así ampliar su territorio. Las narraciones que nos han llegado nos indican que su final fue a manos sus vecinos y a la par enemigos los griegos, pero de este hecho no tenemos constancia. Pero lo que sí que se puede destacar de la leyenda de estas mujeres, es que fueron atemporales para la época en que se les nombra, luchando por mantener su libertad su organización y su independencia sin contar con el género masculino.
